La chica cruzó la entrada de la cafetería, como llevaba haciéndolo desde hacía año y medio, siempre a la misma hora, en el descanso del trabajo.
Iba sola, cabizbaja y en su mirada habitaba un evidente brillo de nostalgia por todo aquello que tuvo y no supo conservar, y por todo aquello de lo que quiso desprenderse y que nunca logró abandonar.
Se dirigió a la barra, se sentó y pidió al camarero de siempre una copa de lo más fuerte que tuviera. Él, acostumbrado a que la chica nunca tomara nada que no fuera un café solo, se le quedó mirando extrañado un par de segundos, intentando averiguar la causa de tan repentino cambio, el motivo por el cual una persona decidía tomar alcohol a las 11 de la mañana y entre semana.
La chica, ante el pasmo del hombre reaccionó diciendo:
-¿A qué esperas?, no tengo todo el día, mi descanso termina en media hora, ponme un Whisky o un Vodka, si no tienes nada con más alcohol que eso...
El hombre se inclinó hacia ella y susurrándole confidencialmente al oído le respondió:
-Que esto quede entre tú y yo, pero si que tengo algo más fuerte que eso, mucho más, algo que seguramente nunca en tu vida has probado, ni volverás a probar en ningún otro lugar.
Sorprendida y algo asustada, la chica tardó un rato en contestar, dándole vueltas en su cabeza a las palabras que acababa de escuchar, y preguntándose a sí misma si debía o no continuar con esa conversación, arriesgarse a probar aquel mágico elixir del olvido de las penas que ahora mismo se le ofrecía.
Al ver que la chica no contestaba, el camarero se le adelantó:
-Que conste que no suelo ofrecer esto así por así, te lo propongo a tí porque pareces muy buena chica y me apena que estés triste.
-¿De qué se trata?. Inquirió ella
-Arsénico.
-Perfecto. Que sea doble.
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