lunes, 6 de febrero de 2012


La joven encendió un cigarrillo. Otro más. Y permaneció callada y pensativa mientras observaba el humo elevarse poco a poco hacia el firmamento, ligero, delicado, hermoso. Alzaba el vuelo hacia la zona más azul del cielo, como ansiando entremezclarse con su limpieza y serenidad, deseando con cada una de sus inexistentes fibras purificarse de todo su veneno para así llegar a convertirse en aire fresco y puro, inodoro, incoloro, sencillamente libre y perfecto.

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